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Cuando cantamos juntos en la liturgia, el Espíritu Santo se mueve entre nosotros. El canto litúrgico es un acto de fe que resuena profundamente en nuestros corazones; no es solo la armonía de voces, sino la unión de corazones en adoración.
El documento del Concilio Vaticano II sobre la liturgia sagrada, Sacrosanctum Concilium, nos enseña que:
“La tradición musical de la Iglesia universal constituye un tesoro de valor inestimable, que sobresale entre las demás expresiones artísticas... cuanto más íntimamente esté unida a la acción litúrgica, ya sea expresando con mayor delicadeza la oración o fomentando la unanimidad, ya sea enriqueciendo la mayor solemnidad los ritos sagrados.” (n. 112).
Es cierto, la mayoría de nosotros no hemos sido bendecidos con voces perfectas, ¡incluyéndome a mí! Entiendo que se necesita valor para cantar con valentía en presencia de otros. Pero cuando elevamos nuestras voces juntos, participamos en un acto profundo que celebra nuestra unidad en la fe que glorifica a Dios.
Mi esperanza es que todos en nuestra diócesis se sientan llamados a participar en la música sagrada de nuestras Misas y otras liturgias. Sin embargo, reconozco que puede haber obstáculos que hacen que sea difícil o imposible que esto suceda. Por ejemplo, cuando el canto no resulta familiar puede resultar difícil cantarla. Y cuando un canto está en un idioma que no es el nuestro puede resultar aún más desafiante.
La música compuesta por personas que han sido acusadas de manera creíble de abuso sexual presenta obstáculos más significativos. Existe una preocupación real por lo que se transmite a nuestra comunidad, especialmente por los sobrevivientes de abusos, cuando continuamos utilizando las obras musicales de tales compositores.
Igual de importante es la idoneidad doctrinal de los himnos que cantamos. La música tiene un poder único para moldear nuestra comprensión de la fe. Los textos que cantamos no sólo deben ser lírica y melódicamente hermosos, sino también teológicamente brillantes y con un significado profundo, que reflejen las magníficas verdades de nuestra fe católica.
Se trata de cuestiones importantes que pueden provocar tensiones y divisiones. Sin embargo, debemos de tomar en serio ese famoso mandato del Sacrosanctum Concilium: “La Santa Madre Iglesia desea ardientemente que se lleve a todos los fieles a aquella participación plena, consciente y activa en las celebraciones litúrgicas” (no. 14). En este espíritu, estoy obligados a abordar esta cuestión de una manera que fomente la unidad y una mayor participación en nuestras liturgias.
En los últimos años, junto con otros líderes de nuestra diócesis, hemos estado discerniendo la mejor manera de abordar estos temas. Después de mucha deliberación, emití un decreto el pasado mes de octubre. Este decreto se centró en tres áreas: estableció cantos para las partes de la Misa para que todos se familiarizaran con ellos, prohibió el uso de cantos de compositores que han sido declarados culpables por su obispo diocesano de abuso sexual y vetó aproximadamente una docena de cantos con problemas doctrinales significativos.
Para mi sorpresa, esta acción generó un intenso debate dentro de nuestra diócesis, en los medios de comunicación nacionales y en las redes sociales.
Aunque esta atención no era esperada, fue inspirador presenciar la pasión y el entusiasmo que las personas aportan a la conversación sobre la música sagrada en nuestra Iglesia. Siempre que este fervor está presente entre los fieles, nuestra Iglesia nos ofrece una buena manera de responder: a través de un proceso sinodal de discernimiento.
Abolí mi decreto original y lo reemplacé con uno que invita a todos en nuestra diócesis a participar en un proceso de discernimiento. El Espíritu Santo está obrando en cada uno de nosotros, y cuando el pueblo de Dios habla, tenemos la responsabilidad de escuchar, incluso si eso significa ajustar nuestro enfoque.
Ahora estamos iniciando este nuevo enfoque. En las próximas semanas, todos en nuestra diócesis serán invitados a compartir sus perspectivas sobre cómo podemos usar mejor la música sagrada para fomentar una mayor participación en nuestras liturgias católicas. Se les invitará a completar encuestas en persona, durante las Misas el último fin de semana de enero y en línea. Posteriormente, se llevarán a cabo sesiones sinodales de escucha en numerosos lugares de la diócesis. Aquellos que asistan a nuestros retiros de corresponsabilidad en español también tendrán la oportunidad de aportar sus comentarios. El Center for Applied Reserch in the Apostolate (CARA) está ayudando a nuestra diócesis en este esfuerzo para garantizar que la encuesta tenga credibilidad científica.
Este proceso sinodal debe permitir que todos participen en un diálogo y discernimiento en oración sobre este tema importante. Después de las sesiones sinodales de escucha, la Comisión Litúrgica diocesana presentará su propuesta al Consejo Pastoral Diocesano y al Consejo Presbiteral, quienes a su vez me ayudarán a finalizar un nuevo decreto para el otoño. Este decreto reflejará nuestro compromiso con la belleza de la música sagrada y fomentará una mayor participación en nuestras liturgias, preservando al mismo tiempo nuestros valores morales y doctrinales. Mi intención es que todos los sacerdotes revisen el borrador final del decreto durante su reunión anual de octubre antes de que se haga permanente.
No es coincidencia que muchos de nuestros planes pastorales en nuestros decanatos incluyan un llamado a la renovación de nuestra vida sacramental. Este proceso, aunque tal vez no previsto necesariamente por quienes redactaron esos planes, fomentará esa renovación.
Creo que el Espíritu Santo habla a través de todos los miembros de la Iglesia. Es esencial que nos escuchemos mutuamente a través de un diálogo honesto, donde podamos explorar juntos estos temas difíciles y no simplemente imponiendo preferencias individuales.
Invito a cada uno de ustedes a participar de todo corazón en este proceso, compartiendo sus pensamientos, experiencias y oraciones.
Juntos, guiados por el Espíritu Santo, podemos asegurar que nuestra música sagrada siga siendo una fuente de unidad que eleve nuestras almas, profundice nuestra fe y nos acerque a los misterios sagrados que celebramos.
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